A casi todos nos ha tocado en algún momento de nuestras vidas el desagradable descubrimiento de abrir el brick de zumo de naranja recién comprado en el súper, y comprobar que más bien poco se parece en sabor al rico producto que resulta de exprimir en casa al momento las naranjas recién cortadas. El histórico mal trasvase del rey de los zumos al ámbito del envasado es algo directamente relacionado con los diferentes procesos de producción industrial que sufre durante su elaboración, con diferentes añadidos, aditivos y conservantes, que dan como resultado ese producto cuyo sabor tan poco nos recuerda al exprimido casero.
Aunque este sea el más relevante por su popularidad, es algo que se extiende a todos los casos, por idénticos motivos: a menudo, una buena perspectiva de lo que te puedes encontrar al abrir el envase suele estar en el tamaño del apartado de ingredientes. La longitud de esa parte trasera de la etiqueta es un identificador muy válido de la calidad del producto, y a menudo una notable contradicción con muchas de esas bonitas promesas e imágenes que contienen las etiquetas comerciales de la parte delantera.
Los métodos de elaboración y la cantidad de añadidos que intervienen en el proceso son los que distorsionan, en ocasiones de forma dramática, el delicioso sabor que un zumo siempre debería tener.
Nueva directiva europea
Hace un año que la entrada en vigor de una directiva europea ha ayudado a atajar una cuestión clave: desde mediados de 2015, ningún zumo envasado puede llevar azúcares añadidos, una práctica común hasta entonces para “mejorar” el sabor final. No es con todo un proceso extinto, ya que los néctares sí admiten ese extra de azúcar, que en ocasiones puede alcanzar proporciones realmente elevadas, y sus envases comparten espacio y se mezclan en el súper con los de los propios zumos, a veces sin llegar a distinguirse si uno no está lo suficientemente atento.
El atractivo de un bonito diseño visual de presentación en el envase, con la imagen de la fruta reluciente y sabrosa, puede pesar más que la presencia del término ‘bebida de frutas’ o que una larga lista de ingredientes en la parte trasera, muchos de los cuales no han tenido jamás contacto alguno con el campo.
Los tipos de zumos
Con todo, es un hecho que los zumos envasados tienen una presencia activa en nuestras vidas: algunas estadísticas indican que cada persona bebe unos 30 litros al año de estos productos. Muchos, desde luego, son deliciosos, y se agradece la facilidad y rapidez de abrir el brick y verter el líquido en el vaso, en esta sociedad de prisas y poco tiempo libre. Por eso es importante dedicar un poco de tiempo a saber distinguir los productos que ofrece el mercado, cuáles se acercan más al deseado líquido recién exprimido en casa y evitar desagradables sorpresas como la de descubrir que estabas bebiendo una bolsa de azúcar con colorantes y saborizantes mientras pensabas que ayudaba a tu dieta sana. Son diversos los procesos de elaboración y envasado, y a continuación te explicamos algunos, de más a menos saludable, aunque el axioma básico parece claro: mejor cuanto más limpio sea el trasvase del campo al bote.
– Zumos ecológicos 100% exprimidos o de extracción directa: la combinación más saludable. Son zumos extraídos en su totalidad de la fruta o verdura, y con un proceso industrial respetuoso y que permite conservar las vitaminas y otras propiedades. El añadido de la materia prima procedente de cultivos ecológicos garantiza además que no han entrado en juego pesticidas, aditivos, antibióticos ni químicos de ningún tipo, ofreciendo una fruta de sabor y aroma mayores con la que trabajar. Es la variante más cercana al exprimido natural en casa, dado que tampoco añade agua, azúcares ni otros productos en el proceso posterior. Los reconocerás por su escueta etiqueta de ingredientes: “Zumo de XXXX de extracción directa de cultivo ecológico”.
– Zumo concentrado: incluye un proceso térmico en la producción por el que se elimina la mayor parte del agua de la fruta, quedando un concentrado o puré al que luego se le vuelve a añadir agua y/o pulpa de fruta en el momento de la elaboración. Esta segunda variante permite conservar la mayor parte de las propiedades del zumo y por ese motivo admite la pureza de materias primas procedentes de producciones ecológicas, aunque también hay otros casos en los que se opta por añadir otras sustancias artificiales. La etiqueta de ingredientes tiene, una vez más, la respuesta para saber qué estás bebiendo exactamente.
– Néctar: a menudo los confundimos con los zumos cuando son cosas diferentes. El néctar es en realidad un producto derivado de concentrado de zumo que a su vez se mezcla a partes iguales con agua y azúcares añadidos, producto este último que, en según qué casos, puede llegar a ocupar un 20% de la bebida final. También añaden otras sustancias, conservantes, aromatizantes, etc., que dan lugar a un producto alto en azúcares y más artificial, que generalmente compite, eso sí, con un precio en el mercado muy asequible y un sabor agradable.
– Bebidas de frutas: lo que se podría considerar un sucedáneo con muy poco o nada que ver con el zumo, aunque los veamos compartiendo estante en el supermercado e incluso luminosidad visual en el envase. Sin embargo, una vez abierto lo que hay en su interior es un líquido que apenas contiene una mínima parte de zumo de fruta (un 10%), mezclada con una amalgama de agua, azúcares añadidos, saborizantes, aromatizantes y una lista de añadidos industriales que puede ser realmente larga. Estos últimos productos no sólo han perdido las vitaminas y otras propiedades que esperamos de un zumo de frutas sino que, sobre todo en algunos casos, pueden ser nada recomendables para lo que consideramos una dieta sana.
Como es lógico, la calidad y pureza de estos tipos de envase decrece a menudo en la misma dirección que el precio, entrando en ese complejo equilibrio entre la calidad y el coste para el bolsillo. Por supuesto, cada uno gasta en donde considera oportuno, pero nunca están de más unos conocimientos básicos para conocer exactamente qué es lo que se está comprando y evitar sorpresas. Vigila también algunas sugerentes promesas de las etiquetas como el prefijo ‘bi’ (adaptación que muchos han empleado desde que en 2006 se prohibió en España el prefijo ‘bio’ salvo para productos procedentes de agricultura ecológica) o el famoso ‘0% de grasas’ (que es algo muy distinto que la cantidad de azúcar).